Me cuelgo en recuerdos como un combustible para que hable mi lado más sensible de una tal Mercedes Margalot que caminaba defendiendo a Dios.
Son tantas las idas, son tantas las vueltas que ordenar lo que dejaste me cierra las puertas para que no se escape nada, para saber adónde estoy parada y más que nada para entender que hay personas a las que nunca perdés cuando te enseñan con sólo ser.
Será por eso que te guardé y hoy de nuevo estás de pié mostrándome lo lindo de andar sin ningún miedo, con los sueños sin freno.
Apago la licuadora televisiva, y me visto de escritora, al menos por algunas horas. Me siento con derecho, me quedo mirando el techo y descubro la sensación de que si quiero te encuentro en cualquier rincón.
Con un “gracias” no me conformo, con un “muchas” tampoco y si uno las dos me sigue pareciendo poco. Quizás es por insistente o tal vez por terca pero prefiero eso a quedarme con el sabor de haber dicho sólo por obligación.
Que gigante fuiste, cuantas veces te caíste y te volviste a levantar como si fuera común abollarse contra el piso, tan sólo por querer, que la celeste y blanca no deje de ser eso, por lo que romperse, era parte de crecer.
Nos pusiste adonde quisiste. Nos dejaste bien parados y te llevaste la lona para que no sepamos cuanto dolió convertirte en Leona.
Se te extraña por acá, pero es lindo tener la facilidad de no soltarte nunca. De tenerte ahí siempre, por las dudas. Defendiéndome el instinto de querer contar que hay quienes suman sin restar.
Perdón por tan poco y tan improvisado.
Gracias por tanto y tan bien pensado.
Te quiero Mechita.
Por Paz Biondi
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