No sabía muy bien qué hacer. Se había parado más de tres veces en el mismo lugar cargando con la misma inseguridad. Y sin embargo insistía. Los cordones apretados. La mirada fija. Y el montón de cosas que había pensado acumulados en la garganta. Era un día más peleándole al viento. Queriendo imponer lo que se sueña. Desarmando uno a uno los gestos heredados como si fueran dados. Buscándole la quinta pata al gato que se enreda en la bandera y los apila todos. Para que vos te rompas hasta los codos. Obligándote a que no te olvides de nada. A que no te tomes todo tan a la ligera cuando cuidás una remera. Y aprender a pensar para afuera.
Por Paz Biondi
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